Romance fantasma
Prólogo
La juventud es un terreno lleno de incertidumbres y descubrimientos, donde cada experiencia parece una ventana hacia lo desconocido. En esos días, las relaciones amorosas no eran tan inmediatas como parecen ser hoy, donde la espontaneidad y la seducción parecen fluir con naturalidad entre los jóvenes, casi como un juego sin mayores complicaciones.
Este relato es un reflejo de esos tiempos pasados, de una época en la que el arte de conquistar y ser conquistado tenía sus propios ritmos y desafíos. Mi primer encuentro con la seducción, uno de esos momentos inesperados que quedan grabados en la memoria, ocurrió cuando apenas tenía 17 años. Fue en las calles bulliciosas del Centro Simón Bolívar, rodeado de la vida cotidiana de los buhoneros, entre casetes y transeúntes. Ahí, entre la multitud, me encontré con una mujer que parecía sacada de un sueño: una catira española, mayor que yo, que con una sonrisa y una mirada cambió mi destino esa tarde.
Lo que siguió fue un torbellino de sensaciones nuevas: la emoción, el nerviosismo y una timidez que no supe controlar. Corrí en busca de recursos y coraje para seguirle el ritmo a esa mujer, pero pronto me di cuenta de que no estaba preparado para manejar la intensidad del momento. Aquella noche en "La Cueva del Oso" fue una mezcla de frío y calor, de baile y besos, pero también de un torpe intento por descifrar los misterios de la seducción.
Nunca volví a verla. La búsqueda que emprendí días después fue infructuosa, y con el tiempo, esa catira se convirtió en un fantasma de mi juventud, una figura que a veces dudo si realmente existió. Este prólogo es un recordatorio de aquella primera lección: la vida nos pone a prueba, incluso cuando perseguimos lo intangible. Y a veces, los recuerdos más nítidos son aquellos que nunca se concretaron.
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Todos los muchachos alguna vez hemos tenido la experiencia de una seducción inesperada. En tiempos de mi adolescencia y juventud los inicios de relaciones amorosas no eran tan fáciles como se dan desde hace algún tiempo entre jóvenes, donde prácticamente son las chicas quienes toman la iniciativa y se van a la cama sin mucho rodeo.
Recuerdo que una de mis primeras relaciones súbitas me ocurrió cuando a los 17 años me detuve a mirar casettes en un puesto de buhoneros en el Centro Simón Bolívar, y de pronto me abordó una despampanante catira de origen español algo mayor que yo, que también miraba casettes en dicho tarantín y surgió la propuesta no sé si de la chica o mía de "tomarnos algo".
Yo era un estudiante sin presupuesto, ni experiencia para esos eventos y corrí a buscar apoyo financiero de mis padres para salir con la chica quien se quedó aguardando en la tienda; no demoré nada en obtener lo necesario, tomamos un taxi y recuerdo que la llevé a una cervecería de moda cercana a la Plaza Venezuela, "La Cueva del Oso" se llamaba.
Allí disfrutamos una velada helada por el sitio que tenía un aire acondicionado exageradamente frío y la decoración ártica, pero el baile y los besos con la catira me subieron la temperatura, que yo no supe manejar por mi timidez e inexperiencia con las chicas. Por supuesto eran otros tiempos y yo no tenía la intención, ni conocía el arte de la seducción como para prolongar la noche. Nos despedimos, pero quedé impactado por la catira y a los pocos días me entraron los deseos de verla.
Su número de teléfono me resultó equivocado y opté por buscarla personalmente; recuerdo que las coordenadas que me había dado no eran nada precisas y sin embargo, con apenas su nombre -que no recuerdo- deambulé varios edificios de una cuadra de Las Acacias (avenida Victoria) y me atreví a preguntar en algunos apartamentos que desde luego no supieron darme razón de su existencia.
Nunca mas supe de ella. Fue mi primer intento de romance con una mujer bella. A veces pienso que nunca existió, que a lo mejor fue producto de algún estado febril, pero de verdad puse a prueba mi capacidad para perseguir fantasmas.!!
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