Capítulo 1 de "El síndrome de Romeo"

 




Uno

En los salones de la alta sociedad, donde las apariencias se confunden con la realidad y el dinero es el motor de cada movimiento, los sentimientos suelen ser piezas de un juego peligroso. Romeo, un argentino de porte irresistible y ambiciones claras, creía haber encontrado en Rocío Cervantes la clave para la vida de lujos que siempre había soñado. Ella, una heredera de sangre azul, cayó rendida ante su encanto sin medir las consecuencias. Pero en este mundo de riquezas y traiciones, nada es lo que parece.

Cuando Romeo es abordado en un estacionamiento de Madrid y forzado a subir a una camioneta bajo la amenaza de un arma, su vida cambia de forma abrupta. Lo que en un principio parece un secuestro se convierte en un viaje oscuro de pasiones ocultas, lealtades quebradas y un descubrimiento inesperado: a veces, el captor y el cautivo pueden compartir más de lo que imaginan.

En un torbellino de intrigas, infidelidades y secretos de familia, Romeo se verá arrastrado hacia un destino que nunca había contemplado. Lo que comenzó como una calculada estrategia de ascenso social pronto se transforma en una historia de supervivencia, donde el amor y el peligro caminan de la mano. Entre el resplandor de Marbella y las sombras de un pasado que amenaza con devorarlo, Romeo descubrirá que el verdadero juego de la vida no siempre tiene reglas claras.

Este relato es una invitación a explorar los rincones más oscuros de la ambición y el deseo, donde el destino de un hombre puede ser definido por una sola decisión: luchar o rendirse ante el fuego que lo consume.

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“¡No voltees ni grites, o te quiebro!”, fue la orden seca que Romeo escuchó al oído, mientras sentía el frío cañón de una pistola 9 milímetros presionando su cuello y una mano que le sujetaba con fuerza el hombro.


Un joven alto y delgado, vestido con una chaqueta de piel color tabaco sobre un suéter marrón de cuello cisne y jeans azul desteñido, lo había estado esperando oculto tras la primera columna del sótano uno, que servía como estacionamiento VIP en la Torre Picasso del Centro Financiero de Madrid. Al mismo tiempo, una chica con el cabello teñido de rubio, vestida con un mono deportivo gris claro con ribetes blancos, que caminaba en sentido contrario a Romeo, se acercó y le sujetó el brazo izquierdo con determinación, obligándolo a subir al asiento trasero de una camioneta negra Explorer 4x4 que se había detenido a solo un metro de la escena. Inmediatamente le cubrieron el rostro con una toalla azul índigo y lo forzaron a doblar el cuerpo, con el pecho sobre sus piernas.


Romeo acababa de salir de las oficinas del Banco Santander, donde gestionaba un crédito para capitalizar su pequeño astillero en Argentina, respaldado por el aval de Rocío Cervantes.


Romeo, un atractivo hombre nacido en Buenos Aires, había conocido a Rocío, heredera única de la poderosa familia Cervantes, durante unas vacaciones en la Isla Mauricio, en África Oriental. Ella se había enamorado de inmediato del apuesto porteño de 1,85 metros de altura. Para Romeo, Rocío representaba la oportunidad perfecta para inyectar los recursos necesarios en su empresa ensambladora en Mar del Plata.


Aquella mañana, bajo un sol abrasador, Romeo observaba absorto a los chicos haciendo piruetas sobre las olas.


—Hola, galán. ¿Te diviertes? —le preguntó Rocío, rompiendo su concentración.


—Sí, me atraen las acrobacias que hacen esos chavales sobre las olas con las tablas.


—¿No te atreves a intentarlo?


—La playa y el mar me inspiran más relax que adrenalina, y, además de no tener esas habilidades, prefiero observar a las mujeres bonitas que abundan por aquí. Me atrevo a otras cosas, quizás más fáciles, pero no menos intensas.


—¿Como cuáles? Dime una —Rocío sonrió, intrigada.

— Seducir a la mujer de un capo, por ejemplo.


—Te gusta meterte en líos de faldas. Eso me parece una tontería. Un tipo tan atractivo y con dinero, ¿por qué arriesgar la cabeza por una aventura? Hay tantas mujeres libres y mejores.


—Me gusta la adrenalina.


—Esos juegos peligrosos no van conmigo. Soy de amar a quien me puede amar. Tú no crees en el amor, ¿verdad?


—Sí, creo en el amor, pero no he llegado a sentir eso que describen las novelas románticas.


—¿No has encontrado a alguien que te perturbe, o no quieres encontrarla?


—No lo sé. No le temo a una relación, pero no busco algo que me perturbe.


—Ponme bloqueador en la espalda, porfa —le pidió Rocío, buscando provocar un contacto más íntimo.


Tres meses de lujuriosos encuentros entre Madrid y Buenos Aires siguieron a esa conversación. Rocío, completamente enamorada, fue quien propuso matrimonio al argentino cazafortunas. Por supuesto, Romeo aceptó sin dudar: ella era el "Mar de Plata" que tanto necesitaba. Se casaron seis meses después de conocerse, y Rocío eligió Marbella como destino para su luna de miel.


(el capítulo completo podrás leerlo en el libro "El síndrome de Romeo",  en imprenta)



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