La blandura de Occidente ante Maduro
La blandura de Occidente ante Maduro: un precedente nefasto para América Latina
Por Olinto J. Méndez Cuevas
Cuando una dictadura sobrevive gracias a la indiferencia internacional, no solo se perpetúa el sufrimiento de su pueblo, sino que se envía un mensaje peligroso al resto del continente: la impunidad es posible. Eso ha ocurrido con el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, una tiranía que ha destruido las instituciones democráticas, arruinado la economía, perseguido a la disidencia y empujado a más de siete millones de ciudadanos al exilio.
Y, sin embargo, la comunidad internacional —especialmente Europa y América Latina— ha sido blandengue, por usar el término certero de la diputada española Cayetana Álvarez de Toledo. Han abundado los comunicados, las resoluciones, los llamados al diálogo. Pero faltan acciones contundentes. Se ha tolerado lo intolerable: un régimen que trafica con el hambre, se alía con el narcotráfico y sabotea una transición electoral con la complicidad de actores externos como Rusia, Irán y Cuba.
La intervención militar debe ser, como bien lo señala Cayetana, el último recurso. Pero todavía no se han agotado todas las herramientas de presión internacional para forzar la salida del tirano.
Entre las sanciones más duras que aún no se han aplicado destacan:
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Un embargo petrolero total y multilateral, que impida al régimen seguir financiando su maquinaria represiva con ingresos provenientes de Europa, Asia o África. No basta con sanciones de Estados Unidos; hace falta una coalición global.
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La exclusión de Venezuela del sistema financiero internacional (SWIFT), lo que dejaría al régimen aislado, sin acceso a transferencias bancarias, ni instrumentos para pagar servicios o mover fondos.
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El reconocimiento jurídico y práctico de un gobierno legítimo en el exilio, con capacidad de administrar activos y representaciones diplomáticas. Un paso más allá de los simbólicos respaldos al interinato de Guaidó.
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Sanciones personales a testaferros, jueces, militares retirados, gobernadores y empresarios que sostienen la estructura de poder del régimen, muchos de los cuales viven, viajan y hacen negocios en países democráticos con total impunidad.
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La creación de corredores humanitarios vigilados por fuerzas internacionales, bajo mandato de la ONU o de una coalición hemisférica, que debiliten el control territorial del chavismo y permitan la entrada de ayuda directa al pueblo venezolano.
Estas medidas no son simples gestos diplomáticos: son herramientas legales y morales que pueden inclinar la balanza. Lo que no puede permitirse es que el caso venezolano se convierta en un modelo para futuros déspotas de la región, que vean en Maduro un ejemplo de cómo burlar a la democracia sin consecuencias reales.
Porque cuando Occidente se calla, el autoritarismo avanza. Y cada día que pasa sin actuar, no solo mueren venezolanos por la represión o la miseria: muere también la credibilidad del mundo libre.
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