Che Milei, Karina te cagó la épica
Che Milei, Karina te cagó la épica
Cuando parecía que Javier Milei había logrado, al menos por un instante, encauzar la economía argentina tras décadas de descalabro kirchnerista, su figura comenzó a desmoronarse bajo el peso de su propio temperamento. Su intolerancia frente a la crítica y, sobre todo, el escándalo de los audios que exhiben a su hermana Karina como cobradora de coimas y fabuladora compulsiva, terminaron por resquebrajar la popularidad que había conquistado en los barrios pobres, aquellos que lo votaron cansados de los embustes del kirchnerismo y del peronismo. La derrota de su espacio en las elecciones de la Provincia de Buenos Aires el pasado fin de semana, arrasado por el aparato peronista, encendió todas las alarmas.
Desde el inicio advertí que la presencia omnipresente de Karina sería una piedra en el zapato para su gobierno. Esa devoción, casi religiosa, que Milei profesa hacia ella, resulta incomprensible en una república. No da un paso, dentro o fuera del país, sin su compañía; la ha convertido en guardiana de su intimidad, hasta el extremo de decidir qué mujeres pueden acercarse a él y cuáles deben ser apartadas. No parece un presidente, sino un hombre sujeto a la tutela de una hermana que nadie eligió. Y esa comunión enfermiza, tan excesiva que linda con el incesto, ha terminado por volverse sospechosa.
No bastaba con esa dependencia. Milei decidió rodearse de personajes tan oscuros como influyentes. El más visible es Santiago Caputo, asesor sin cargo oficial pero con poder de jefe, que junto a Karina conforma con el presidente un supuesto “triángulo de hierro” que muchos perciben como un “Triángulo de las Bermudas”, donde se hunden las decisiones de Estado y naufragan las ilusiones de sus votantes.
La rigidez de Milei, su tendencia a insultar a periodistas, diputados, gobernadores o intendentes que no se pliegan ciegamente a su voluntad, fueron erosionando la paciencia de la sociedad. Su obsesión con el equilibrio fiscal —erigido como dogma inmutable, incluso a costa de sacrificar a los jubilados, ese sector indefenso que no puede pagar con hambre la cruzada antiinflacionaria de su líder— ha sembrado antipatía donde antes había esperanza. A esto se suman sus ataques verbales contra artistas y figuras populares que osan criticarlo, otro desatino que multiplica enemigos innecesarios.
El golpe más demoledor, sin embargo, provino de donde menos lo esperaba: de Karina. La resistencia del presidente a reconocer la conducta inmoral de su hermana —que, según las denuncias, habría exigido sobornos en el área más sensible, el de la atención a discapacitados— lo ha dejado contra la pared. Es imperdonable que las sospechas de corrupción se ciernan sobre ese sector vulnerable; y más grave aún que Milei, en vez de cortar de raíz la podredumbre, prefiera cerrar filas en torno a ella.
Si el presidente no rompe ese cordón umbilical con Karina y sus cómplices, si no se sacude la pose de capo que lo vuelve ciego ante las evidencias, su epopeya autoproclamada de “el mejor presidente del mundo” quedará reducida a una farsa grotesca. Y en lugar de la gloria, será recordado como un personaje extravagante que confundió la conducción de un país con un culto familiar.
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