Son párrafos del último capítulo de mi libro "La decisión de Oliver"
¡Adiós Venezuela, adiós!
.........
"El montaje con un humor refrescante en el que
participan Laureano Márquez como invitado y la música exquisita de Maríaca
Semprun, tuvo su momento solemne o estelar cuando Leonardo Padrón leyó con toda
su fuerza interpretativa el drama existencial de muchos venezolanos, evocado en
su relato cumbre, su ser o no ser, su irse o quedarse en la Venezuela de hoy,
donde el hambre, el desabastecimiento y la violencia parece que llegaron con
“la revolución” para quedarse. La Casa Grande es el nombre que le da a
Venezuela Padrón en su prosa triste sobre la diáspora. También aborda algunos
de sus relatos más crudos sobre dramas de venezolanos que han padecido -otros
aun lo padecen- desde vejámenes, torturas, cárcel, hasta la muerte a manos de los esbirros del
Gobierno, que relatados en la prosa épica de Padrón terminan por hacernos más
dramática la decisión a quienes no queremos esperar -a riesgo de nuestras
vidas- ver hundirse el Titanic y
optamos por escapar a tiempo del holocausto criollo.
No pude terminar de presenciar el evento por
las mismas razones por las que había llegado con retraso. Me consolé con la
circunstancia de que yo había leído el libro de crónicas de Padrón y también la
pieza “La Casa Grande” publicada en su blog personal. Pero me asaltó la idea de
que debo buscar una razón muy poderosa para quedarme inerte como los músicos
del célebre barco, enfrentar a los tiburones o por el contrario huir a tiempo
en las últimas balsas.
Me puse a hacer un inventario de las cosas que
extrañaría de Caracas buscando elementos para disuadir a mi otro yo de la idea
de “quemar las naves” para no volver. Entonces me dije: Qué queda de la Caracas
que añoro? Casi nada. Creo que solo El Avila –subí recientemente, lo tengo
enfrente- se ha salvado del trapiche revolucionario, aunque le cambiaron el
nombre por el de “Waraira Repano”, pero ya ni siquiera es la misma gente que
subía a Sabas Nieves hace unos años atrás. Se respira otro aire otro ambiente,
no sé si consecuencia de la dinámica social abrumadora que nos ha aplastado el
espíritu en esta última década, o de verdad son otros los que ahora suben. De
mi familia, mis hijos se han ido ya hace tiempo fuera del país y mi hija menor
solo espera un semestre para culminar su carrera de Comunicación Social y
largarse.
De mis viejos amigos, solo Josete y Gorki
mantienen sus muestras de aprecio. Otros se largaron temprano cuando avistaron
el sunami rojito. Otros desaparecieron de mis contactos cuando me separé del
sistema financiero; otros dejaron de
serlo por la misma siembra del proceso revolucionario y de otros no supe más
porque tal vez murieron o enmudecieron. Creo que las relaciones sociales
cambiaron mucho desde que se entronizó el chamán de Sabaneta.
He hecho nuevas amistades al calor de la
práctica del tenis, pero a sabiendas que son amistades que durarán mientras
tercie por la raqueta.
Entonces, ¿qué me ata a La Casa Grande?. Será
el prurito del arraigo a la tierra que me vio nacer?. Creo que esa casa grande
conceptualmente ya no existe, fue derrumbada por la nefasta vorágine de la
revolución. Venezuela ya no es la del Arauca vibrador, se fueron las garzas, se
marchitaron las rosas, se esfumó la espuma. El bravo pueblo de Caracas se quedó
en trance entre la indolencia de la cuarta y la farsa de la quinta. Ya nada del
pasado me ata a la Venezuela en ruinas del presente. Hace algunos siglos un
pensador dijo “Ni siquiera Dios puede hacer que lo hecho no lo haya sido”. Confío en que algún día los venezolanos de
bien se librarán de este yugo fascista y puedan rescatar algunas de las
bondades de nuestro pasado, pero cuando ello ocurra seguramente ya mis
facultades habrán menguado y no podré ayudarles. Ojala esto ocurra más
temprano que tarde y pueda desde mi trinchera -el blog, los libros y las redes-
aun desde tierras ajenas, ofrecerles mi solidaridad."
Comentarios
Publicar un comentario